101 - Saber retirarse o reinventarse a uno mismo

“La vida es para los valientes” es tal vez una de las verdades más nobles que jamás he escuchado, aunque de joven me sonara tan artificial como gratuito.

Hoy diría que la valentía es una de las virtudes menos valoradas pero más necesarias, en términos de evolución y crecimiento personal. En la era de las soft y las hard skills, la valentía es el complemento vitamínico perfecto, no solo para sobreponerse a las adversidades del día a día del ser humano, sino para abrirse nuevos caminos ante un mundo tan cambiante como impredecible.

Ser valiente no es solamente decidir si escoger la pastilla azul o roja, es descubrir hasta donde llega la madriguera de conejos en el país de las mil maravillas, es aventurarse ante lo desconocido y romper el molde de lo tradicional y lo cotidiano. A su vez, la valentía supone renuncia y redención, y renunciar es en si el arte de saber decir No, ejecutando libre y valientemente decisiones. El quid de la cuestión es saber cuándo renunciar o retirarse, y es el tema que nos atañe hoy: retirarse o reinventarse a uno mismo.

Si algo me ha sucedido es que me he tenido que reinventar en más de una ocasión, alguna vez por fuerza mayor, otras por iniciativa propia. La primera vez recuerdo que fue cuando empecé a dar mis primeros pasos en el sector tecnológico, después de pasar por la industria de la automoción, industria que barrió a más de uno en época de la crisis. Fue empezar desde cero, en los tiempos en que las consultoras contrataban a destajo y ofrecían su mano de obra como expertos en materia de IT al primer cliente que pasaba por delante. Época de traje y corbata en casa del cliente, comiendo de tupperware, pero con la palabra Éxito tatuada en la frente. Era codearse con la "jet set” del sector tecnológico, donde la sensación de pertenencia a algo muy grande inundaba el ambiente, donde todas las aspiraciones imaginables estaban por llegar, pero donde nada llegaba. Recuerdo sentir un vacio de conocimiento abrumador ante un sector tan exigente como cambiante, sentir estrés debido a que las expectativas puestas en mi no iban acorde a lo que la realidad me decía: te falta conocimiento base para desarrollarte profesionalmente.

Pasé unos años deambulando hasta que tomé la decisión de cambiar y empezar un bootcamp de programación. Puede que fuera en este momento cuando realmente iniciara el proceso de reinvención de mi mismo. Un proceso de reconstruirme para poder avanzar con firmeza y encontrar mi lugar en el mundo laboral, esta vez con la seguridad de estar nutrido de conocimientos y experiencias.

Finalizado el bootcamp tuve la suerte de ser contratado como Junior Frontend Developer por una de esas empresas que marcan un antes y un después en la carrera de uno. Una de esas empresas que hacen que te levantes cada mañana de un modo distinto, digamos que más contento y afortunado, pese a que ello supusiera sufrir al principio durante el proceso de adaptación. Fueron años llenos de retos muy gratificantes en donde tuve la oportunidad de conocer a perfiles muy distintos del sector IT, desde Team Leads increibles a los Product Owners más creativos que jamás haya visto.

Los años pasaban y mi entusiasmo por la programación se incrementaba a la vez que crecía mi curiosidad por otras areas como el Desarrollo de Producto. Fue tal la inspiración que me generó trabajar con ciertos compañeros Product Owners, que en un arrebato me vi inscribiéndome a un segundo bootcamp de Digital Product Management, bootcamp que por cierto, me abrió las puertas a mi actual puesto de trabajo como Product Owner.

Haciendo retrospectiva de mi viaje por el apasionante mundo de las tecnologías me doy cuenta y reafirmo lo mencionado al inicio de este artículo: la valentía se infravalora en un mundo de formas. Renunciar y reinventarse es una alternativa, y en mi caso se dio tal renuncia el día que descubrí que no despuntaría como programador, y que pasaría el resto de mi vida luchando contra la idea de ser un programador “mediocre”. Ese día fue cuando decidí retirarme de la escena y centrarme en lo que si podría destacar. Y no me arrepiento de ello. La vida es un sumatorio de decisiones y consecuencias a actos que uno ejecuta de forma voluntaria o involuntaria. En mi caso, llegué a descubrir cuanto profunda era la madriguera de conejos de este maravilloso mundo de fantasía tecnológica. Llegué a entender que reinventarse en el sector y retirarme de la escena del código y los algoritmos para dedicarme a gestionar producto no era un fracaso como tal, sino más bien una redención y un camino nuevo que yo había abierto, y que de eso se trata la vida: de abrirse caminos nuevos y explorarlos sin miedo, por que repito, la vida es para los valientes.

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